El yuan digital, algunas ideas claras
Magdalena Cadagua
Magdalena Cadagua, analista de Iberglobal, analiza las perspectivas del yuan digital. "El yuan, ni en su versión digital ni en ninguna otra, está, en la actualidad, en condiciones objetivas de constituirse en moneda de reserva ni de disputar esta condición al dólar y ello por un motivo básico y elemental: la cotización del yuan no refleja adecuadamente la fuerza relativa de su oferta y demanda".
En las viejas películas de la Hammer, el inmortal Chistopher Lee, en el papel del Dr. Fu Manchú, ideaba diversos inventos endiablados y planes mefistofélicos para dominar el mundo que parecerían ahora reencarnados en la introducción del llamado yuan digital.
La prensa, incluso alguna especializada, presenta esta iniciativa del gobierno chino como un intento más de forzar la mano a la preeminencia monetaria y financiera estadounidense a través de la disputa al dólar de su protagonismo central como moneda de reserva del sistema monetario y de pagos internacionales. Parecería que este nuevo protagonismo de la moneda china sería consustancia al estatus de China como segunda economía mundial, pisándole los talones a la primera y se consideraría como una consecuencia natural y lógica derivada de esta nueva condición. A partir de aquí, el sistema monetario internacional pasaría a ser un reflejo de una nueva realidad geopolítica internacional caracterizada por la bipolaridad sino-americana, ante la completa incomparecencia europea.
Pero la realidad es muy dura de pelar y no se compadece fácilmente ni con los delirios de grandeza nacionalistas ni con las teorías conspiratorias. Así, el yuan, ni en su versión digital ni en ninguna otra, está, en la actualidad, en condiciones objetivas de constituirse en moneda de reserva ni de disputar esta condición al dólar y ello por un motivo básico y elemental: la cotización del yuan no refleja adecuadamente la fuerza relativa de su oferta y demanda, al estar ambas componentes condicionadas por las limitaciones a la convertibilidad interna resultante del control de cambios que afecta a los residentes, chinos o extranjeros, en ese país.
Ésta es la simple realidad. Ningún operador en el mercado de divisas va a tomar posiciones estables en una moneda en la que la cotización depende de decisiones administrativas tan básicas y cuantitativamente relevantes como permitir el acceso a este mercado a un colectivo potencialmente oferente o demandante de dicha moneda como es su población residente y las posiciones de los bancos centrales, titulares de las reservas de moneda extranjera de un país, son el resultado de la operativa en dicho mercado. Hasta que el yuan chino no sea plenamente convertible, como hoy lo son el euro y el dólar estadounidense, no podrá adquirir la consideración de moneda de reserva.
El control de cambios y la inconvertibilidad interna no son sino medidas encaminadas a impedir o, si se prefiere, limitar la fuga de capitales, de manera que las preferencias de las autoridades económicas chinas parecen evidentes en el sentido de priorizar la lucha contra la fuga de capitales a la consecución de la condición de moneda de reserva para el yuan. Esta preferencia también es extremadamente reveladora de la realidad económica china actual, sus fortalezas y sus debilidades.
Desactivado el imaginario conspiratorio, cabe preguntarse por el verdadero sentido del yuan digital y aquí nos adentramos más en el terreno de la especulación que del conocimiento cierto, pues tampoco las autoridades chinas han sido particularmente explícitas al respecto. Así, con toda la prudencia y precaución, cabe formular dos hipótesis. La primera es que el yuan digital responda a motivos de política tributaria, pues el uso de esta moneda daría al fisco chino plena visibilidad de la totalidad de las transacciones que se realicen en el mercado interior, cuando la economía sumergida china se estima en cerca del 20% del PIB. Las dificultades recaudatorias, el alto nivel de endeudamiento de las administraciones y la necesidad de actuaciones de política fiscal por el lado el gasto alentarían esta hipótesis.
La segunda posibilidad, ciertamente no contradictoria con la primera, sería el objetivo de fomentar el CIPS (Cross Border Interbank Payments System), la alternativa china al tradicional sistema de transferencias internacionales SWIFT. Así, se pretendería que el yuan digital contribuyera a reducir los costes operativos de dicho sistema, haciéndolo más atractivo para los operadores comerciales internacionales. El problema de esta estrategia es que, en última instancia, presupone un cierto poder de mercado de los operadores económicos chinos, que impondrían su moneda como divisa de denominación de sus contratos, trasladando a sus contrapartes el correspondiente riesgo de cambio.
Pero, más allá de las hipótesis y de las especulaciones, la cruda realidad es que el yuan digital no es sino el viejo yuan de toda la vida en un nuevo formato. De la misma manera que el dinero pasó de la moneda al dinero fiduciario, papel moneda, y éste ha evolucionado hasta la moderna tarjeta de crédito o de débito, dinero de plástico, no resulta muy extraño ni revolucionario que las autoridades monetarias de un país tan acostumbrado a las transacciones electrónicas a través de plataformas como WeChat o Alipay se planteen la introducción de una moneda electrónica. Los planes de Fu Manchú eran pura fantasía cinematográfica y además siempre fallaban.